Me llamo Alberto; tengo nada más que un
hermano, nacido 10 años antes que yo, nacidos y criados en las Islas
Canarias y que en 1980, cuando tenía 27 años se casó con la que hoy es
su esposa. Yo no la conocí hasta pocos días antes de la boda, puesto
que ambos residían en Madrid, y allí comenzaron su relación.
Días antes de la boda, mis padres y yo
nos desplazamos a la capital y allí, cuando la vi, entrado el verano me
causó un impacto brutal. No había visto en mis 17 años mujer tan
sensual como ella, como Elisa, la novia de mi hermano. Mis hormonas se
revolucionaron, a pesar de mi juventud y aumentó mi nivel de
testosterona, la libido se puso por las nubes, teniendo una erección
terrible, y más al acercarse a mi para darme un abrazo y un par de
besos, notando sobre mi pecho los senos grandiosos de la hembra que iba a
disfrutar mi hermano, si no lo estaba haciendo ya; me hubiera cambiado
en aquel momento por él, pero como no era posible tal deseo me conformé
con no quitar ojo de aquella maravilla en toda la tarde.
Pienso que ella, cuando me abrazó y
besó, se había dado cuenta de que lo que tenía entre mis piernas estaba
duro como la piedra y que a pesar de ser un crío (eso decían) el tamaño
de mi verga debía de haberle parecido “importante”; y así era, puesto
que eso lo tenía muy desarrollado y era más grande que el de mi
hermano, al que en casa se lo había visto más de una vez.
Durante el periodo de la tarde que
estuvimos en casa noté que ella tampoco dejaba de mirarme y esbozar una
leve sonrisa como dándome a entender que había notado la impresión que
en mí había causado.
Aquella tarde y los días posteriores
fueron un suplicio para mí, pues solamente de verla me empalmaba y tenía
que recurrir a las visitas al WC para descargar y que se me bajara la
inflamación.
Cuando tuve 18 años, me coloqué en una
importante empresa de mi localidad, alcanzando un buen puesto en la
misma, y seguí viviendo con mis padres.
A mi hermano y mi cuñada Elisa los veía
dos veces al año, que nos visitaban y disfrutaban de nuestras
reconocidas playas y clima cálido. Los pocos días que pasaban con
nosotros se iban a la playa y yo… ¡¡ que mal lo pasaba esos días!!
procuraba estar el menor tiempo posible con ellos, alegando exceso de
trabajo para no verla, ya que para mí iba mejorando su anatomía cada
año y era un sufrimiento terrible el contemplar su cuerpo y en especial
sus pechos. No era mojigata en el vestir, mas bien provocativa, y como
era verano su “tetamen” iba ligeramente cubierto por blusas de suaves
tejidos o camisetas bien escotadas y ceñidas; se le marcaban los pezones
ya que le gustaba ir sin sujetador y vestía faldas súper-mini y de
bastante vuelo, que en ocasiones me habían permitido ver sus tangas; yo
creo que lo hacía a propósito para calentarme. Mi hermano me decía que
en la playa siempre hacía top-less, que a él le gustaba exhibir a una
mujer como la suya y ver como los hombres miraban descaradamente las
tetas de Elisa, grandes, bien formadas y erguidas a pesar de que los
años iban pasando, pero que ella las mantenía firmes con mucha gimnasia,
y me dijo además que no se había operado jamás.
En mayo de 1986 (no olvidaré jamás ese
mes), mi empresa me dijo que tenía que ir a Madrid para participar en
un certamen en el IFEMA donde expondríamos nuestros productos.
Se lo dije a mi hermano y como es lógico
me dijo que de hotel nada de nada, aunque lo pagase mi compañía, y que
tendría que ir a su casa. Por un lado me alegré, pues estaría una semana
larga con mi hermano, aunque fuese sólo por las noches, y también vería
a Elisa, la mujer que me tenía sorbido el coco desde los 17 años; y
por otro lado no estaba contento ya que precisamente por tener que ver a
mi cuñada, estar cerca de ella mucho tiempo, contemplar sus mamas,
aspirar su olor y verla posiblemente en ropas ligeras como andaba por
casa, según mi hermano me había comentado, me hacía temblar de pánico,
pero pudo más la alegría que el pesar, así que fui a instalarme a casa
de mi inalcanzable diosa.
Tal como me había imaginado, los tres
primeros días fueron de sufrimiento permanente el rato que estaba en
casa, pues ella no se cortaba en absoluto ante mi presencia, y andaba
por la casa con una bata de tenue tejido que dejaba percibir claramente
su formas y yo creí percibir en sus miradas y en su comportamiento que
estaba provocándome; nunca estuvimos a solas y cuando por las noches nos
quedábamos después de cenar a ver la televisión, ella incitaba a mi
hermano haciéndolo arrumacos y caricias que a mi me excitaban y
observaba que cuando se besaban, siempre, siempre, sus ojos vueltos
hacia mi, me hacían guiños picarones y si su posición estaba con el
rostro mirándome sus labios formaban un corazón y me enviaba besos (o al
menos eso me parecía).
El cuarto día, cuando estábamos
comiendo, Elisa, dirigiéndose a su marido le dijo que quería que la
llevase a IFEMA para ver aquello y después al Bingo, al que le gustaba
ir de vez en cuando, a lo que mi hermano accedió de buen grado, y así
podría exhibir a tan maravillosa hembra.
Marchamos hacia el recinto ferial y
pude comprobar, que mi cuñada seguía vistiendo provocativamente, y que
en esta ocasión eligió una blusa de blonda negra, una falda de raso que
le llegaba a mitad del muslo, también negra, y unos zapatos de
altísimo tacón del mismo color, y… ¡¡ si se puso sujetador !! uno de
color negro que se le notaba a través del calado de su blusa y hacía más
excitante la visión de sus delantera.
Hicimos un recorrido por el lugar, ella
cogida de nuestros brazos, y de vez en cuando se inclinaba hacia mí,
notando sobre el antebrazo la dureza de sus tetas. Sé que se daba cuenta
del efecto que en mi causaba, ya que me miraba cuando ejecutaba tales
acciones y sus ojos se dirigían a mi entrepierna abultada sonriéndose y
preguntándome muy quedito si me encontraba “agustito” con ella al lado,
todo ello sin que mi hermano la escuchase. Tuve que dejarlos para
atender a mis obligaciones, con gran pesar por separarme de mi diosa,
pero al mismo tiempo contento por dejar de sufrir la tirantez permanente
de mi polla enardecida bajo los pantalones.
Al día siguiente, cuando estaba
trabajando, recibo una llamada telefónica de mi hermano que me hace
saber que se marchaba inmediatamente hacia Asturias, pues el caprichoso
de su jefe le había “invitado” a la pesca del salmón, y que estaría
allí al menos unas semana.
El corazón se me aceleró y en mi cabeza
sólo estaba el pensamiento de que después de tanto tiempo iba a estar a
solas con la morena de mi cuñada, y estaba dispuesto a lanzarme al pozo
exponiéndome a una negativa y a un disgusto familiar, pero estaba
convencido de que ella quería “tema” conmigo; así que llamé a Elisa y le
dije que qué le parecía si ese día salía antes del Stand e irnos ella y
yo al Bingo. Me dijo que le parecía bien lo de salir antes, pero que no
quería saber nada del Bingo, que prefería quedarse en casa y que además
tenía que hablar conmigo de algo importante; algo que no podía haberlo
hecho estando mi hermano delante y que estaba casi segura de que me iba a
interesar. Cuando esto me dijo, yo creo que me volví tarumba; los
minutos se me hicieron horas y las horas eran inacabables. No pude ir a
casa a comer por cuestiones del trabajo, pero sobre las seis de la tarde
no pude aguantar más y les dije a mis compañeros que me dolía mucho la
cabeza y me iba para casa, cosa que hice con la mayor prontitud posible,
en taxi.
Cuando llegué, me recibió con un solo
beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de mis labios, pero que me
pareció era de gran intensidad, y noté que estaba vestida de calle,
bellísima aunque menos provocativa que la había visto en otras
ocasiones, diciéndome que si no estaba muy cansado que fuese con ella a
hacer unas compras al centro de la Ciudad. Así lo hicimos, siempre
cogidos del brazo o de la mano como una pareja de novios, charlando en
todo momento y riéndonos por cualquier cosa. No podía evitar el que mi
aparato estuviese en posición en todo momento y ella me excitaba más y
más, pegando su cuerpo al mío, propiciando que sus enhiestos melones
fuesen notados por mí en su roce casi continuo, y cada dos por tres se
sonreía besando mi cara y diciéndome que qué suerte la suya de tener un
cuñado tan buen mozo y que me quería mucho más de lo que yo creía. Pero
no hizo referencia al asunto tan importante del que me tenía que hablar,
y cuando yo preguntaba sobre ello, me cortaba diciendo que no era ni el
momento ni el lugar adecuado y que en casa ya charlaríamos.
Sobre las 10 de la noche regresamos a la
casa e inmediatamente dijo que íbamos a cenar y me extrañó mucho que no
se cambiase de ropa, pues a ella en casa siempre le gusta estar con
pocas y ligeras prendas y esta vez no, pero si que me cambiase yo, que
me pusiese cómodo en cuanto al vestir. Así lo hice, y cumpliendo sus
deseos me enfundé uno de mis pijamas y después de cenar en la misma
cocina entre risas y bromas, nos dirigimos al salón principal, donde
solíamos estar para pasar las veladas tras la ingesta nocturna, viendo
la televisión. Me hizo sentar a su lado, cogiéndome de la mano, y al
poco rato mirándome a los ojos me dijo que se lo había pasado
estupendamente durante la tarde y que ella creía que yo también había
disfrutado; que era el momento oportuno para hacerme saber esa cosa tan
importante por la que le había preguntado insistentemente; que la
dejase hablar sin interrumpirla y que se iba a expresar abriendo su
corazón y sin ambages; que creía conocerme lo suficiente pero que le
tenía que prometer que fuese cual fuese el resultado de su confesión NO
DIRÍA NADA A MI HERMANO Y NO ME ENFADARÍA CON ELLA.