jueves, 26 de abril de 2012

Tenía ganas a su cuñada desde que se casó con su hermano


 Me llamo Alberto; tengo nada más que un hermano, nacido 10 años antes que yo, nacidos y criados en las Islas Canarias y que en 1980, cuando tenía 27 años se casó con la que hoy es su esposa. Yo no la conocí hasta  pocos días antes de la boda, puesto que ambos residían en Madrid, y allí comenzaron su relación.
 Días antes de la boda, mis padres y yo nos desplazamos a la capital y allí,  cuando la vi, entrado el verano me causó un impacto brutal. No había visto en mis 17 años mujer tan sensual como ella, como Elisa, la novia de mi hermano. Mis hormonas se revolucionaron, a pesar de mi juventud y aumentó mi nivel de testosterona, la libido se puso por las nubes, teniendo una erección terrible, y más al acercarse a mi para darme un abrazo y un par de besos, notando sobre mi pecho los senos grandiosos de la hembra que iba a disfrutar mi hermano, si no lo estaba haciendo ya; me hubiera cambiado en aquel momento por él, pero como no era posible tal deseo me conformé con no quitar ojo de aquella maravilla en toda la tarde.
 Pienso que ella, cuando me abrazó y besó,  se había dado cuenta de que lo que tenía entre mis piernas estaba duro como la piedra y que a pesar de ser un crío (eso decían) el tamaño de mi verga debía de haberle parecido “importante”; y así era, puesto que eso lo tenía muy desarrollado y  era más grande que el de mi hermano, al que en casa se lo había visto más de una vez.
  Durante el periodo de la tarde que estuvimos en casa noté que ella tampoco dejaba de mirarme y esbozar una leve sonrisa como dándome a entender que había notado la impresión que en mí había causado.
 Aquella tarde y los días posteriores fueron un suplicio para mí, pues solamente de verla me empalmaba y tenía que recurrir a las visitas al WC para descargar y que se me bajara la inflamación.
Cuando tuve 18 años, me coloqué en una importante empresa de mi localidad, alcanzando un buen puesto en la misma, y seguí viviendo con mis padres.
 A mi hermano y mi cuñada Elisa los veía dos veces al año, que nos visitaban y disfrutaban de nuestras reconocidas playas y clima cálido. Los pocos  días que pasaban con nosotros  se iban a la playa  y yo… ¡¡ que mal lo pasaba esos días!! procuraba estar el menor tiempo posible con ellos, alegando exceso de trabajo para no verla, ya que para mí iba mejorando su anatomía  cada año y era un sufrimiento terrible el contemplar su cuerpo y en especial sus pechos. No era mojigata en el vestir, mas bien provocativa, y como era verano su “tetamen” iba ligeramente cubierto por blusas de suaves tejidos o camisetas bien escotadas y ceñidas; se le marcaban los pezones ya que le gustaba ir sin sujetador y vestía  faldas súper-mini y de bastante vuelo, que en ocasiones me habían permitido ver sus tangas; yo creo que lo hacía a propósito para calentarme. Mi hermano me decía que en la playa siempre hacía top-less, que a él le gustaba exhibir a una mujer como la suya y ver como los hombres miraban descaradamente las tetas de Elisa, grandes, bien formadas y erguidas a pesar de que los años iban pasando, pero que ella las mantenía firmes con mucha gimnasia, y me dijo además que no se había operado jamás.
En mayo de 1986 (no olvidaré jamás ese mes), mi empresa me dijo que tenía que ir a  Madrid para participar en un certamen en el IFEMA donde expondríamos nuestros productos.
Se lo dije a mi hermano y como es lógico me dijo que de hotel nada de nada, aunque lo pagase mi compañía, y que tendría que ir a su casa. Por un lado me alegré, pues estaría una semana larga con mi hermano, aunque fuese sólo por las noches, y también vería a Elisa, la mujer que  me tenía sorbido el coco desde los 17 años; y por otro lado no estaba contento ya que precisamente por tener que ver a mi cuñada, estar cerca de ella mucho tiempo, contemplar sus mamas, aspirar su olor y verla posiblemente en ropas ligeras como andaba por casa, según mi hermano me había comentado, me hacía temblar de pánico, pero pudo más la alegría que el pesar, así que fui a instalarme a casa de mi inalcanzable diosa.
Tal como me había imaginado, los tres primeros días fueron de sufrimiento permanente el rato que estaba en casa, pues ella no se cortaba  en absoluto ante mi presencia, y andaba por la casa con una bata de tenue tejido que dejaba percibir claramente  su formas y yo creí percibir en sus miradas y en su comportamiento que estaba provocándome; nunca estuvimos a solas y cuando por las noches nos quedábamos después de cenar a ver la televisión, ella incitaba a mi hermano haciéndolo arrumacos y caricias que a mi me excitaban y observaba que cuando se besaban, siempre, siempre, sus ojos vueltos hacia mi, me hacían guiños picarones y si  su posición estaba con el rostro mirándome sus labios formaban un corazón y me enviaba besos (o al menos eso me parecía).
El cuarto día, cuando estábamos comiendo, Elisa, dirigiéndose a su marido le dijo que quería que la llevase a IFEMA para ver aquello y después al Bingo, al que le gustaba ir de vez en cuando, a lo que mi  hermano accedió de buen grado, y así podría exhibir a tan maravillosa hembra.
 Marchamos hacia el recinto ferial  y pude comprobar, que mi cuñada seguía vistiendo provocativamente, y que en esta ocasión eligió  una blusa de blonda negra, una falda de raso que le llegaba  a mitad del muslo, también negra, y unos zapatos de altísimo tacón del mismo color, y… ¡¡ si se puso sujetador !! uno de color negro que se le notaba a través del calado de su blusa y hacía más excitante la visión de sus delantera.
 Hicimos un recorrido por el lugar, ella cogida de  nuestros brazos, y de vez en cuando se inclinaba hacia mí, notando sobre el antebrazo la dureza de sus tetas. Sé que se daba cuenta del efecto que en mi causaba, ya que  me miraba cuando ejecutaba tales acciones y  sus ojos se dirigían a mi entrepierna abultada sonriéndose y preguntándome muy quedito si me encontraba “agustito” con ella al lado, todo ello sin que mi hermano la escuchase. Tuve que dejarlos para atender a mis obligaciones, con gran pesar por separarme de mi diosa, pero al mismo tiempo contento por dejar de sufrir la tirantez permanente de mi polla enardecida bajo los pantalones.
Al día siguiente, cuando estaba trabajando, recibo una llamada telefónica de mi hermano que me hace saber que se marchaba inmediatamente  hacia Asturias, pues el caprichoso de su jefe le había “invitado” a la pesca del salmón, y que estaría allí al menos unas semana.
El corazón se me aceleró y en mi cabeza sólo estaba el pensamiento de que después de tanto tiempo iba a estar a solas con la morena de mi cuñada, y estaba dispuesto a lanzarme al pozo exponiéndome a una negativa y  a un disgusto familiar, pero estaba convencido de que ella quería “tema” conmigo; así que llamé a Elisa y le dije que qué le parecía si ese día salía antes del Stand e irnos ella y yo al Bingo. Me dijo que le parecía bien lo de salir antes, pero que no quería saber nada del Bingo, que prefería quedarse en casa y que además tenía que hablar conmigo de algo importante; algo que no podía haberlo hecho estando mi hermano delante y que estaba casi segura de que me iba a interesar. Cuando esto me dijo, yo creo que me volví tarumba; los minutos se me hicieron horas y las horas eran inacabables. No pude ir a casa a comer por cuestiones del trabajo, pero sobre las seis de la tarde no pude aguantar más y les dije a mis compañeros que me dolía mucho la cabeza y me iba para casa, cosa que hice con la mayor prontitud posible, en taxi.
Cuando llegué, me recibió con un solo beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de mis labios, pero que me pareció era de gran intensidad, y noté que estaba vestida de calle, bellísima aunque menos provocativa que la había visto en otras ocasiones, diciéndome que si no estaba muy cansado que fuese con ella a hacer unas compras al centro de la Ciudad. Así lo hicimos, siempre cogidos del brazo o de la mano como una pareja de novios, charlando en todo momento y riéndonos por cualquier cosa.  No podía evitar el que mi aparato estuviese en posición  en todo momento y ella me excitaba más y más, pegando su cuerpo al mío, propiciando que sus enhiestos melones fuesen notados por mí en su roce casi continuo, y cada dos por tres se sonreía besando mi cara y diciéndome que qué suerte la suya de tener un cuñado tan buen mozo y que me quería mucho más de lo que yo creía. Pero no hizo referencia al asunto tan importante del que me tenía que hablar, y cuando yo preguntaba sobre ello, me cortaba diciendo que no era ni el momento ni el lugar adecuado  y que en casa ya charlaríamos.
Sobre las 10 de la noche regresamos a la casa e inmediatamente dijo que íbamos a cenar y me extrañó mucho que no se cambiase de ropa, pues a ella en casa siempre le gusta estar con pocas y ligeras prendas y esta vez no, pero si que me cambiase yo, que me pusiese cómodo en cuanto al vestir. Así lo hice, y cumpliendo sus deseos me enfundé uno de mis pijamas y después de cenar en la misma cocina entre risas y bromas, nos dirigimos al salón principal, donde solíamos estar para pasar las veladas tras la ingesta nocturna, viendo la televisión. Me hizo sentar a su lado, cogiéndome de la mano, y al poco rato mirándome a los ojos me dijo que se lo había pasado estupendamente durante la tarde y que ella creía que yo también había disfrutado; que  era el momento oportuno para hacerme saber esa cosa tan importante por la que le había preguntado insistentemente; que la dejase hablar sin interrumpirla y que se iba a expresar abriendo su corazón y sin ambages; que creía conocerme lo suficiente pero que  le tenía que prometer que fuese cual fuese el resultado de su confesión NO DIRÍA NADA A MI HERMANO Y NO ME ENFADARÍA CON ELLA.

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